En Asturias, y en España en general, el teito es un gran desconocido. Esta cabaña de tipo ganadero que puede encontrarse en las montañas del Suroccidente es una conexión con el resto del mundo. Y aunque aquí apenas concita mucho más interés que el del escaso rédito turístico que pueda generar, en otros lugares llega a constituir un buen negocio. Tiene, por lo general, una connotación de pobreza y no aparece en los manuales de la arquitectura nacional. En castellano, además, no existe un correlato de la palabra «teito». Ni tampoco del verbo «teitar». No hay manera, al fin y al cabo, de referirse a ellas sin improvisar una explicación o tomar directamente prestados los términos del asturiano o del gallego.
Sucede, sin embargo, que abriendo el foco fuera de España se advierte todo un universo en torno a esta histórica construcción que transmite tanta solera. En Europa, en la Europa húmeda, también en partes de Asia, África y en América Central, el teito está catalogado como patrimonio arquitectónico y la de «teitador» es una profesión como cualquier otra, que tiene su título, su kit de herramientas y está bien pagada. Hay museos específicos, una jerga propia y potentes asociaciones que reúnen a los mejores profesionales. Los niños pueden aprender el oficio a través de cuadernillos orientativos, y la actividad, que todavía perdura, ha generado industria.
En el extranjero, la cubierta vegetal no se vincula ni al monte ni a la pobreza, sino que se pueden ver teitadas grandes mansiones e ilustres casas como la de Anne Hathaway, mujer del escritor William Shakespeare, en Stratford-upon-Avon (Reino Unido), su lugar de nacimiento.
Así que el mundo, especialmente Europa, está lleno de imágenes familiares que recuerdan a Asturias. Y el nexo son esas construcciones similares a los teitos, que se pueden encontrar casi de forma continua desde Somiedo hasta las Islas Feroe. Así lo ha constatado Carmen-Oliva Menéndez en su libro «Teitos. Cubiertas vegetales de Europa Occidental: de Asturias a Islandia», editado por COAATPA, un extenso trabajo de investigación que la ha llevado por casi toda Europa occidental y por el que fue reconocida en 2011 con el premio «Europa Nostra».
«En Asturias se saca muy poco partido a los teitos. Europa no tenía ni idea de que existían teitos en Asturias y Asturias no tiene ni idea de que existe un mundo extenso alrededor de los teitos en Europa», sostiene esta profesora madrileña de ascendencia asturiana, doctora en Arquitectura por la Universidad Politécnica de Madrid y en Lingüística General por la Autónoma también de la capital, además de licenciada en Filosofía y Letras por la Complutense. «En la mente de un inglés, o de un holandés, España son casas con tejas rojas. Y para ellos la gran sorpresa es que aquí existen los teitos y que se mantenga la tradición», agrega.
La tradición permanece, pero no se trabaja. El teito nunca ha destacado como gran reclamo turístico en Asturias, seguramente porque se desconoce su dimensión universal. «Es muy llamativo que aquí no existan casi libros y que si nos pasamos al inglés, al alemán o al holandés, la bibliografía sea inmensa, como puede ocurrir en España con los relacionados con el flamenco», explica Menéndez, que empezó a «enamorarse» de Asturias durante sus viajes de la infancia a Cudillero, de donde era su madre. La conexión entre los teitos asturianos y los de fuera se intuye asimismo a través del lenguaje. La palabra «braña» no tiene equivalencia en castellano pero sí en inglés («shieling»), y en la isla de Gotland, en Suecia, todavía hoy el «reteitado» se sigue realizando en agosto y de forma comunal, algo parecido a la conocida tradición de la «andecha» asturiana. Casi todas las lenguas tienen términos específicos para la profesión como, por ejemplo, la inglesa, donde teito es «thatch» y el teitador es «thatcher», un oficio también convertido en apellido.
Menéndez ha visto teitos en las partes más recónditas del occidente de Europa, muy variados, especialmente si se tiene en cuenta el material utilizado para la cubierta. La tipología, explica Menéndez en su libro, no es muy grande. Existen, en general, dos clases: las construcciones de planta redonda y las de casa larga. En Asturias predomina más la segunda opción, que son teitos de escoba con mucha antigüedad, como las cabañas somedanas. También se pueden hallar construcciones de este tipo en el Macizo francés.
Las de planta redonda se encuentran en Galicia, lo que se conoce como palloza, y también son muy comunes en toda Gran Bretaña y en el occidente galo. A medida que se expanden por Europa se va comprobando, según la profesora madrileña, que los teitos, además de servir de refugio ganadero, van adquiriendo otra función hasta convertirse en símbolos de modernidad y riqueza, con presencia en mansiones y en construcciones modernas. Sucede, por ejemplo, en las grandes granjas alemanas o en zonas de Inglaterra y Holanda, donde no es difícil encontrar lujosos chalés con la cubierta vegetal.
Si, como sostienen muchos geógrafos, la cordillera Cantábrica es la frontera de las dos Europas, la húmeda y la mediterránea, los teitos asturianos (y los gallegos) son las primeras piezas de un puzle que enseña un mapa enorme de lugares que dan cobijo a estas casas. En Inglaterra, algunos cálculos estiman que pueden existir unas 50.000 unidades. En el noroeste de Alemania y el sur de Dinamarca se adivinan teitos grandes y muy variados, «son como cortijos en Andalucía», señala Menéndez. A lo largo de la Europa del Norte (Holanda, Gran Bretaña, Dinamarca, Suecia, Noruega,..) se conservan muchas de estas construcciones, una realidad que tiende a suavizarse a medida que aumenta la proximidad con Roma, allá donde la piedra se impuso al bosque en la arquitectura. De hecho, su presencia en Italia, aunque existe, es mínima.
Fuera del continente europeo destacan los teitos japoneses, cuyas cubiertas «rayan la perfección» y hacen gala de un «acabado estupendo», según Menéndez. En el país nipón, como en casi todos los mencionados, el teitador va bien equipado, con su arnés, el casco y una gran cantidad de herramientas, costumbre que se contrapone con lo que sucede en Asturias, donde se suele teitar con las manos. En América, los teitos se dejan ver en los aledaños del Mississippi y también en Florida. Son, en su mayoría, cubiertas de palma, como las existentes en Guatemala, en Cuba y en general en la zona de los mayas, próximos al Amazonas.
En África se concentran en los poblados subsaharianos, que tienen un perfil mucho más humilde que los que se pueden observar en Sudáfrica, uno de los países con mayor industria del sector.
El material más utilizado para teitar no es la escoba de monte, la que predomina en Asturias, sino el carrizo. Es el de más calidad y duración (60-80 años) y predomina en todo el mundo, especialmente en Gran Bretaña, Holanda y Sudáfrica. Las cubiertas de masiega, que crece en los humedales, se observan principalmente en Suecia, y de las de paja de cereal, sobre todo el centeno, todavía quedan en los Ancares gallegos y leoneses e incluso en la zona de los Oscos en Asturias. Los «tapinos» de hierba abundan en Escandinavia (Suecia, Noruega, Islandia y las Islas Feroe) por su capacidad para mantener el calor. Y los brezos, mucho más difíciles de encontrar porque la planta escasea, acaso en el norte de Inglaterra.
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